martes, 1 de octubre de 2013

..•.¸¸•´¯`•.¸¸.ஐLoreley, la sirena del Rhinஐ..•.¸¸•´¯`•.¸¸.

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Dice una vieja saga Alemana que hubo una vez una joven lla­mada Loreley, que era hija de un noble caba­llero cuyo cas­ti­llo se ele­vaba sobre una peña lla­mada Ley, a ori­llas del Rhin. Un joven y apuesto caba­llero se había fijado en la joven Loreley por aquel entonces.

Loreley, de cora­zón trans­pa­rente y bueno, acu­día por cos­tum­bre cada mañana a ori­llas del Rhin a pei­narse los cabe­llos dora­dos mien­tras los pes­ca­do­res exten­dían sus redes para pes­car. Cuando Lore can­taba, las olas del Rhin se cal­ma­ban, tan dulce, tan lim­pio y melan­có­lico era el sonido de su voz. Y al ter­mi­nar sus can­cio­nes, los pes­ca­do­res halla­ban sus redes lle­nas de peces y entre ellos rumo­rea­ban que era debido a los cán­tos de Loreley.

El joven caba­llero ansiaba tener a Loreley en sus brazos y acu­dió a su padre en peti­ción de su mano. Ya estaba fijado el día del enlace, cuando el joven decidió nave­gar por el Rhin hacia el sur por última vez, el caba­llero vio a orillas del Rhin a otras jóve­nes que le atraían, y en brazos de ellas se olvidó de Loreley, de su amor y de la boda.

Loreley esperó paciente sobre la peña mirando hacia el Rhin, y lo hizo cada día hasta el día de la boda donde se hallaba de pie ves­tida de blanco, mien­tras el viento sacu­día su velo… Vislumbraba un barco y decía: “Padre, ese debe ser mi amado”. Pero su amado no se hallaba en ningun barco.

Al lle­gar la noche, Loreley seguía sobre su peña con la mirada fija sobre las olas del Rhin. El dolor y la deses­pe­ra­ción se apo­de­ra­ron de Loreley y se arrancó el velo y la corona su larga y rubia cabe­llera y la tiró hacia las olas del Rhin, mal­di­ciendo a su amado hasta la eternidad.

Al darse cuenta de sus pala­bras lle­nas de odio, no pudiendo sopor­tar ese pre­sente, ni a sí misma, se tiró desde la peña Ley hacia las pro­fun­di­da­des del Rhin, donde murió aho­gada. Su cuerpo nunca fue encon­trado. Mil rayos cayeron del cielo y des­tru­ye­ron el cas­ti­llo.

Un siglo más tarde un joven mucha­cho, hijo de un pode­roso conde nave­gaba a ori­llas de la peña Ley, cuando escu­chó una dulce melo­día que pare­cía atraerle irre­me­dia­ble­mente. Desde lejos veía bri­llar des­te­llos de oro sobre la peña Ley. Cuando se acer­co lo sufi­ciente, pudo ver la silueta de una joven de cabe­llos dora­dos.

Cuando el joven quiso poner el pie sobre una roca, éste res­baló y cayó al Rhin aho­gán­dose. Al lle­gar dicha noti­cia al padre del joven, mandó a matar a la joven seduc­tora sen­tada sobre la peña. Pero al lle­gar el barco, una gran ola comenzó a tam­ba­lear­los y el Rhin se los engu­lló. Fue enton­ces cuando se decía que aque­lla chica vista era en reali­dad una bruja. Inten­ta­ban cap­tu­rarla y todos morían ahogados. Siglo tras siglo doce­nas de bar­cos nau­fra­ga­ban al hallarse cerca de la peña Ley y nadie encon­traba nin­guna expli­ca­ción.

Unos años mas tarde un joven cuyo corazón sufría por no ser correspon­dido, se hallaba sobre la peña Ley para poner fin a su vida, cuando al tirase de cabeza de pronto fue ele­vado por una cria­tura mitad mujer, mitad pez, que le salvó de las pro­fun­di­da­des, mien­tras can­taba: “Padre, oh, padre que le lle­ven tus caba­llos a la ori­lla, oh, Nep­tuno, que yo soy tu niña… Lore­ley, Loreley…”

Y desde enton­ces se sabe que Loreley encon­tró su paz al sal­var a un hom­bre que sufría por amor como ella había sufrido. Dicen que ya nunca se vol­vió a ver a ori­llas del Rhin, pero cuando está a punto de ano­che­cer, se escu­cha el canto de la sirena que murió por amor.

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